Como la inmensa mayoría de quienes deciden poner en marcha un proyecto empresarial, he estado pensando en el problema a resolver desde hace ya algún tiempo.
El proceso habitual para el germen de un nuevo negocio es descubrir alguna situación que no funciona bien, y en la que por algún motivo crees que tú podrías aportar una solución mejor a las que hay disponibles, ya sea por mejorar la calidad, el precio, o directamente por crear una categoría nueva, fresca y chispeante (sí, lo habéis adivinado: Drywell Capital cae en este último bloque)
Pensar en ser disruptivo en un negocio que data de las primeras civilizaciones humanas (en el 1.754 antes de Cristo, Hammurabi escribió en su célebre código varios artículos sobre el arrendamiento de viviendas, huertos o terrenos) solo puede provenir de nuestra habitual inconsciencia o valentía.
Esto es algo que solo podremos determinar si tenemos éxito, que es el momento en el que la excentricidad se transmuta en estrategia y modelo a seguir.
El asunto es que por pura casualidad había observado que en el negocio de la hostelería se estaba produciendo una situación inmobiliaria indeseable, que pedía a gritos una solución mejor. Si un hostelero quiere montar un restaurante hay dos opciones: que le vaya mal el negocio, en cuyo caso cerrará, o que le vaya bien, en cuyo caso en la próxima renovación de su contrato de alquiler le subirán el precio hasta el punto en que su casero capture el máximo de margen de beneficio, y terminará cerrando también.
No puede haber reproche racional en que el casero pretenda maximizar el beneficio que obtiene por su inmueble, ni tampoco en que el hostelero de nuestro ejemplo decida no firmar un contrato de larga duración ante la incertidumbre de un nuevo negocio. Pero el caso es que en la búsqueda de su mayor beneficio individual, el resultado final está alejado del óptimo. (Si Von Neumann conociese la cultura española no le extrañaría nada ver que aplicamos su teoría de juegos a un bar)
Evidentemente en lo que hay que trabajar es en un modelo que promueva que el propietario y el inquilino desarrollen una relación a largo plazo, en la que los incentivos de ambos (Sí, siempre son los incentivos o los procesos) puedan estar más alineados que actualmente, mediante figuras contractuales diferentes a las que estamos acostumbrados desde hace milenios, incluyendo que el inquilino pueda ser propietario parcial del inmueble o capturar parte del valor que genera con su actividad (¿Dónde he visto yo antes ese slogan?)
Obviamente el gran reto cuando te pones a innovar en sectores muy maduros es explicar la propuesta de valor e intentar que un número suficiente de clientes te entienda. Y no es nada fácil, porque el cerebro humano trabaja por patrones y nos encanta encasillarlo todo.
En cuanto vemos algo nuevo intentamos encajarlo dentro del puzzle de nuestra cabeza, y en caso de que el ajuste no sea muy fino, distorsionamos antes la forma de la nueva pieza que reconfiguramos nuestro mindset construido a lo largo de décadas.
Por ese motivo decidí que el propietario sería siempre yo (hasta donde mis recursos propios y financiación llegasen, sin más aspiración). De esta forma resolvía de un plumazo explicárselo a la mitad de las personas de la ecuación, los propietarios, y en paralelo montaba una newsletter donde ir explicándolo, mediante redes sociales y goteo fino, hasta que fuese calando la idea, sin prisa… Siempre he preferido los océanos rojos a los azules, precisamente por evitar el enorme coste de la evangelización.
Pero hete aquí que el 26 de agosto lancé la página web de Drywell Capital, anuncié la newsletter que estás leyendo ahora, y en menos de dos semanas se han inscrito casi quinientas personas, lo que ya es una barbaridad que excede cualquier expectativa. Pero es que además el interés con el que los suscriptores están leyendo la newsletter es una locura.
Una buena tasa de click en una newsletter suele estar en el 3%, y Building in Public está en el 48%
Otra cosa que ocurre cuando juntas a quinientas personas en un tema que les ha generado interés es que te proponen proyectos. Muchos. Con la mayor ilusión por su parte y sincera gratitud por la mía.
Me estoy reuniendo con todo el mundo que es capaz de argumentar su idea al menos en un par de párrafos. Ahora bien, quizás estas propuestas no están del todo alineadas con la idea original… Os doy algunos ejemplos de propuestas y sugerencias que me han llegado:
- Comprar, reformar y vender villas de lujo en la costa (o house flipping, que el esnobismo no es exclusivo del mundo tecnológico)
- Comprar y alquilar un hotel en Grecia.
- Comprar y alquilar una clínica de desintoxicación.
- Distribuir el software de una proptech.
- Crear un marketplace inmobiliario (sí, aún hay hueco para nichos).
- Comprar un terreno y construir vivienda nueva.
- Comprar y alquilar locales para coworking.
- Transformar un edificio de oficinas en flex living.
- Transformar un sótano en trasteros para alquilar.
- Montar un fondo inmobiliario y dar entrada a inversores (hay gente que me conoce, y otra que incluso no me conoce, preguntándonos que cómo invierten dinero)
- Crear un curso online (lo de estar aprendiendo yo parece que no es un impedimento lo suficientemente grande)
La lista es más larga, e incluye propuestas que ni siquiera están relacionadas en absoluto con la inversión inmobiliaria, pero creo que es suficientemente ilustrativa de la disyuntiva que tengo que resolver antes de continuar. ¿Rechazo amablemente las propuestas que se desvían de mi propósito inicial? ¿O apuesto por aquello que al parecer tiene más demanda?
Desde luego lo más fácil sería lo primero: comprar algunos inmuebles e intentar resolver el problema de la desalineación de incentivos. Negocio tranquilo, intensivo en capital y poco intensivo en tiempo, lo que me permitiría hacer otras cosas. Además, reconocer que estás pivotando antes de arrancar manda el mensaje de que no lo habías pensado lo suficiente, y es una vergüenza que te evitas.
Eso en el hipotético caso de tenerla, porque soy un convencido de que las mejores cosas que te suceden son aquellas que no has planeado.
De hecho, en mi última visita al podcast «Charlando con libros» de Adrián Sussudio me habló de “La grandeza no se puede planificar” (Kenneth O. Stanley y Joel Lehman, 2016) donde desarrollando estudios sobre inteligencia artificial descubrieron por qué fijarse objetivos no funciona (los pequeños y de corto plazo, sí. Que os veo venir…)
Pero abrir este proyecto a la Comunidad, reconocer su importancia, e inmediatamente ignorar su voz porque difiere de lo que esperaba me parece un contrasentido, algo temerario, especialmente al ver lo currados que nos llegan algunos proyectos, e incluso un poco irrespetuoso.
Así que esta semana he estado centrado en buscar el factor común de los proyectos, ver si hay algún espacio en el sector inmobiliario que sea más interesante y/o compatible con el plan original… Y espero poder contaros pronto.
Cuando estás empezando un negocio tienes un lienzo en blanco cuyos límites son tus restricciones: tiempo, plazo, conocimiento, financiación, etc… Y aunque parezca un contrasentido, las mejores estrategias son aquellas en las que tú mismo te impones límites, en las que encuentras la manera de ponerle puertas al campo.
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